Estas calles, tan viejas y gastadas pero tan nuevas para mi, se convertirán en testigos mudos del resto de mis días, si el viento, caprichoso como lo ha sido siempre, no me vuelve a llevar hasta otro inesperado lugar. Serán testigos de mis alegrías y de mis penas, de mis logros y mis fracasos, de mis sueños y pesadillas que se irán grabando, al ritmo de las manecillas del reloj de la catedral, en cada piedra que pise. Aquí será donde descanse, arropada por el suave aroma de las dulces lilas y las tiernas hiedras, hasta que el viento no me arrastre a otra parte.