Luché contra ella pero no pude vencerla. Sabía que si esa noche me entregaba a lo brazos de Morfeo ella pasaría a visitarme y me obligaría a acompañarla... y yo no quería, me negaba a marcharme... todavía era demasiado pronto. Lo sabía por que la había visto pasar varias veces por mi lado aquella tarde, trajeada de negro y con paso seguro, pero había conseguido esquivarla. O quizá solo jugaba conmigo y alargaba un poco más la hora de su visita.
Pasada la medianoche me rendí a un placentero sueño. La dama había desaparecido y con ella el peligro de aquel viaje sin retorno. Al cabo de unos minutos la habitación se oscureció y ante mi apareció aquella dama de negro... ¡con algunas prendas en rojo! Era ella, se había disfrazado para engañarme, para que no desconfiara y bajara la guardia. Ya no había marcha atrás. Intenté moverme de la cama pero me fue imposible y un sopor comenzó a apoderarse de mi.
Vi a mi alrededor otras almas que entre gritos y sollozos esperaban como yo alguna pequeña explicación en aquel extraño purgatorio creado siguiendo un modelo de foro griego o quizá romano... ¿sería el olimpo de las almas perdidas?
Ante mi, aquella dama seguía enfrascada en una discusión con un extraño esqueleto. Aunque suene extraño no me sorprendió encontrármelo allí, a los pies de mi cama, pues al momento reconocí que era mi marido, el que años atrás había perdido por un capricho del destino, por un capricho de aquella dama negra, y que ahora venía a reclamar la compañía que en vida se le había negado, para toda la eternidad.