Hoy vuelvo de nuevo sola a casa... Había ido acompañada, pero nuestro particular "corredor de la muerte" se encargó de volvernos a separar. Oigo truenos lejanos que avisan tormenta, pero ya no distingo si están fuera o dentro de mi cabeza... Miro hacia el cielo para intentar comprobarlo, pero sólo distingo unas cuantas nubes que poco a poco se van coloreando de rojo, igual que mis ojos, a cada paso. Los truenos son cada vez más fuertes; bajo mis pies el suelo comienza a temblar y mis rodillas le acompañan en este macabro baile. Alzo de nuevo la vista, pero ni la lluvia ni las lágrimas me dejan ver más allá de mi propia acera. Al girar la esquina me encuentro con un edificio alto, negro que, vencido por aquel temblor, se va inclinando lentamente hacia el suelo, hacia donde yo estoy... No me importa, mis piernas se niegan a moverse y también meniego yo. No es el miedo, es la impotencia, el cansancio, la rabia, la pena las que me hacen quedar allí parada, siento que ya no puedo aguantar más tiempo. Lentamente, dejo que mis rodillas se doblen y se claven en el suelo mientras espero que el edificio caiga sobre mi y me sepulte, que me aparte de este mundo en el que un simple deseo no puede cumplirse por el mero hecho de no tener suficiente dinero.
(06-10-2003)